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El Paseo de Elena. Capítulo I: La reunión
El Paseo de Elena. Capítulo I: La reunión. Ross llegó a Madrid para una reunión con un equipo internacional de desarrollo de varios países. Durante tres días se encerraron en una sala de un hotel para estudiar una estrategia conjunta con la que arrancar con un proyecto tan ambicioso como complicado. Había gente…
El Paseo de Elena.
Capítulo I: La reunión.
Ross llegó a Madrid para una reunión con un equipo internacional de desarrollo de varios países. Durante tres días se encerraron en una sala de un hotel para estudiar una estrategia conjunta con la que arrancar con un proyecto tan ambicioso como complicado. Había gente de varios países exponiendo su visión del trabajo desde diferentes puntos de vista. Desayunaban y comían en la misma sala y aunque la empresa los invitaba a cenar, algunos, como él, preferían volver a la habitación y descansar. No dejaba de dolerle la cabeza.
Para romper el hielo, en la presentación de todos los miembros les pidieron que contaran algo que los demás no sabían. Cuando llegó su turno, inventó una anécdota basada en un artículo sobre aficionados al surf que había leído en el avión.
En la comida de ese primer día leyó el menú que anunciaba los platos que llegaban directamente de cocina en unas pequeñas bandejas cuadradas. Pensaba que bastaría con leer los nombres para saber cuáles, como vegetariano, tendría que evitar, pero descubrió que muchos de ellos resultaban ambiguos. El puré que se servía en pequeños cuencos, por ejemplo, tenía unos tacos de color rojo que bien podría ser carne. Allí todo lleva chorizo, le habían advertido.
Buscó con la vista al hombre que parecía el responsable de la gestión, pero no estaba en la sala. Solo vio a una chica que estaba colocando con cuidado las copas para los que quisieran vino. Se fijó en la concentración con la que trataba de mantener la misma distancia entre ellas. Una mirada atenta que rebajaba la importancia de todo lo que pudiera suceder alrededor de ella. No quiso decirle nada hasta que hubo acabado de disponer las copas. Después, sin que él se atreviera a interrumpirla, cogió un sacacorchos y con unos gestos precisos, quitó el corcho, lo miró, lo olió y lo dejó encima de un pequeño plato. Solo entonces se decidió a acercarse.
-¿Puedo hacerte una pregunta del menú?
Ella asintió. Se dio cuenta de que tenía un rostro tranquilo y la mirada paciente y decidida de quien está dispuesto a hacer el esfuerzo que sea necesario para entender lo que se proponga. Por alguna razón que no supo explicarse, le pareció ridículo hacerle la pregunta sobre el puré. Pero era tarde: ella lo miraba fijamente.
-El puré. ¿Esos tacos son de carne? – y después, como para justificarse – es que soy vegetariano.
Ella lo miró.
-Sí, parece tocino, pero es pan frito.
Su inglés era bueno. Se lo quedó mirando por si tenía alguna duda más. El echó un vistazo rápido a lo que había en la mesa y negó.
-El resto está claro.
Ella asintió. Le dijo que iba a estar junto a la botella de vino por si quería una copa. Él se lo agradeció y mientras se servía la comida pensó que podría acompañarla con una copa de vino. Al fin y al cabo, solo era una. Pero antes de que se animara, un colega le hizo una pregunta técnica y acabó sentado en la mesa de reuniones, mirando una pantalla y bebiendo agua. Dirigió la vista un par de veces hacia la chica. Estaba de pie, sola. Nadie le pedía una copa.
Al día siguiente fue a verla tan pronto la vio colocando las copas. Ella parecía esperarlo porque le indicó qué podía comer sin dudarlo. Él se lo agradeció. Buscó a alguien que ya tuviera una copa de vino para no ser el primero, pero al no encontrarlo y temer que alguien pudiera juzgarlo por ello, volvió a comer con agua. El tercer y último día, cuando ya se había decidido a pedir vino para celebrar que la reunión se había terminado, un hombre mayor ocupaba su sitio junto a las copas. El resto de los compañeros se había animado a comer con vino, viendo que el organizador de la reunión lo hacía, pero para él ya había perdido parte del encanto. Pidió una copa y la probó. No sabía si era lo que esperaba. Junto a la botella no estaba ese pequeño plato plateado en el que la chica había dejado el corcho los dos días anteriores.
Fin capítulo I.
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