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Amigos del Club Catalia. Esteban Celemín: “lo mío con el vino fue un flechazo”
Estrenamos sección, “Amigos del Club Catalia”, con un invitado muy especial: el viticultor Esteban Celemín, que tiene un proyecto con personalidad propia en Castronuño (Valladolid), donde hace una década recuperó la variedad albillo real, con la que elabora algunos de sus vinos.
Nuestra misión, desde el Club Catalia, es que descubras vinos insólitos, porque sabemos que buscas vinos diferentes… ¡como nosotros! Este mes, nuestra bodega invitada es un pequeño pero emocionante proyecto con alma y carácter, detrás del cual está Esteban Celemín, un madrileño “de casualidad” que tiene raíces vallisoletanas. Elabora unas 15.000 botellas al año y considera que el vino es su modo de vida: le encanta estar en las viñas.
La historia de Esteban Celemín
Lo peculiar es que en su familia no había tradición vitivinícola: solamente tenían un viñedo para elaborar vino para autoconsumo. Su padre, perito agrícola, se interesó por la fruticultura y esa pasión se la contagió a Esteban, que ya con 10 años quería ayudarle a podar las cepas. Con 16, le empezó a llamar la atención el mundo del vino y quiso aprender más, así que se compró el libro “El gusto del vino”, de Émile Peynaud, y fue entonces cuando decidió que quería estudiar Ingeniería Agrícola y luego Enología, pero finalmente se decantó por Ingeniería Industrial. “No fue hasta finales de los años 90, en plena explosión de la Ribera del Duero, cuando reconecté con mi vocación: me fui a trabajar a Inglaterra y allí probé bastantes vinos, así que cuando volví a Madrid me hice socio de la Unión Española de Catadores”. Ahí comenzó todo: el vino se convirtió en su pasión y en su necesidad vital. A partir de entonces, iba a todas las actividades que organizaban y dedicaba sus vacaciones a visitar bodegas… hasta que decidió elaborar su propio vino. “Comencé a hacerlo en un cubo con la uva de mi vecino”, nos explica entre risas. Tras hacer un Máster de Viticultura, le picó la curiosidad por “la albillo de antes”, de la que la gente mayor de Castronuño hablaba maravillas.
La recuperación de la variedad albillo en Castronuño
“La variedad albillo mayor es originaria de la Ribera del Duero y también hay un poco en Cigales”, nos explica Celemín. En cambio, “la albillo real tiene como origen esta zona de la provincia de Valladolid, aunque ahora está sobre todo en Madrid y llega a la comarca de Toro, donde siempre se ha cultivado mucha fruta”. Antes, la albillo real era uva de mesa y para vinificación. “Casi el 30% de la superficie de Toro en 1750 era albillo real”. En agosto y septiembre se consumía como uva de mesa, a finales de agosto se hacía vino fresco y después de la vendimia de tinto, el albillo real que había quedado en las viñas se vendía en los sobrados (la parte de arriba de las casas), ya que duraba sin pasificar hasta abril”. Esta variedad, por tanto, tuvo una importancia sociológica muy significativa. El momento clave fue en los años 60 y 70, cuando se arrancó el albillo real originario y se replantó con la variedad Chasselas doré, también llamada albillo negro. “En Castronuño quedaban tres viñas de albillo real y 1.200 plantas, así que cogí un sarmiento de cada una y planté 1.200 más”. Así fue cómo Esteban Celemín recuperó el albillo real primigenio en Castronuño en 2014.
Los vinos de Esteban Celemín
Los vinos con los que el viticultor ha colaborado con el Club Catalia, como bodega amiga, han sido Últimas Huellas Albillo Real 2022, “un vino denso, graso, de guarda, que es mezcla de cuatro parcelas de albillo real”, y Melquiades Tinta Toro 2019, en honor a su abuelo. En el pack #2 Selección Terroir, los socios del Plan Explorar, además de Valtravieso Vino de Finca 2020 y del Manifiesto de Valtravieso 04 Albillo Mayor 2020, pudieron catar Últimas Huellas Albillo Real 2022. Y los socios del Plan Descubrir, que reciben 6 botellas, además, pudieron descubrir otro vino más de Esteban Celemín: Melquiades Tinta Toro 2019.

Otro de sus estandartes es Señora Vale, un homenaje a su abuela y a la recuperación de la variedad albillo real en Castronuño. Ni en mis mejores sueños pensaba que la viña joven iba a dar este estilo de vino”, explica. “Son vinos de guarda, no son vinos de rotación jóvenes, sino que es a los cinco años cuando empiezan a ser realmente interesantes, ya que envejecen hacia notas de avellana tostada, de palomita”. Esteban Celemín ha llegado a acuerdos con viticultores de la zona y elabora vinos de parcela de albillo real por pueblos y por suelos.
En cuanto a sus vinos tintos, compra uva a siete viticultores diferentes de Toro para hacer un vino de tinta de Toro “sin renunciar a la esencia y a la estructura del vino de Toro pero con un punto de frescor y fluidez, para eso cojo suelos de arena, de canto rodado o de arcilla para conseguir matices diversos”, nos cuenta.
Por último, tiene un tercer bloque de vinos que elabora con variedades blancas que considera interesantes: elabora, por ejemplo, un vino de palomino como un “orange wine”. “Palomino es la ligereza y malvasía es la estructura, el nervio”. También elabora una verdeja con un carácter más de almizcle; el vino Afuereñas, más anecdótico, una moscatel de grano menudo, o un espumoso ancestral que se llama Troglodita, que es como su madre llama a su padre cariñosamente.
¿Y cómo conectó con Valtravieso? “Conocí a Ricardo hace diez años a través de Jonas Tofterup, Master of Wine. Me gustó su naturalidad y su actitud de querer aprender, tuvimos mucha afinidad. Yo ya conocía Valtravieso, es un proyecto con una gran singularidad por su localización, en los páramos calizos, y por las personas que hay detrás. Hay una sinergia muy buena y se nota: sus vinos son fantásticos”. ¿Cuál es el vino de Valtravieso favorito de Esteban Celemín? “El último que he catado ha sido Gran Valtravieso y creo que está a la altura de los grandes vinos del mundo”. También reconoce que le gusta el proyecto de Viñedos Olvidados, ya que “son vinos que marcan la inquietud de la bodega por el territorio”.